Bala Loca: vivir y morir en La Legua
Chile es un país desigual. Aquí muere gente por “balas locas” mientras va a dejar a sus hijos al paradero. También hay un Chile en el que muchos tienen el privilegio de nunca haber escuchado el sonido de un disparo. Yo vivo en el primero, en el que las personas fallecen solo por caminar en el sitio equivocado.
Mi familia vivió este dolor el año 2009. Mi tía, Evangelina Rodríguez, una mujer de 40 años que vivía en la denominada y estigmatizada “Legua Emergencia”, recibió un proyectil en la cabeza mientras iba a dejar a su hija al transporte público.
Las malas noticias corren
El 9 de julio del 2009 fue uno de los peores días de mi vida: perdí a una de las personas que más amaba, mi tía Angie.
La tarde partió normal. Yo había salido hace poco de vacaciones de invierno. Nos íbamos a juntar en la casa de mi prima a comer hamburguesas, así que estábamos esperando a que llegaran con todo lo necesario del supermercado, conversando en el living con las mujeres de mi familia. De pronto suena el teléfono fijo. Fue entonces cuando la vida de un segundo a otro tomó un color negro. De aquí en adelante todas las escenas en mi cabeza están acompañadas de un sentimiento de vacío.
Mi prima responde al teléfono. Llamaba un vecino diciendo que Angelina, mi tía, había tenido un accidente. Mi madre continuó con la llamada. Cuando cortó nos explicó un poco. Luego, salimos corriendo. Caos. La casa de mi abuela se encontraba a dos cuadras de distancia, así que pasamos por ahí. No había nadie. Inmediatamente tomamos un taxi para llegar más rápido. Nuestro siguiente destino fue donde vivía la hermana de mi mamá. Eran solo seis pasajes hasta la calle Venecia, pero entre tanto nerviosismo, el recorrido se hizo eterno. Nos bajamos del auto y todo comenzó a pasar en cámara lenta. O por lo menos así lo recuerdo.
Era muy pronto para dimensionarlo, pero mi vida y la de mi familia estaba a punto de quebrarse para siempre. Perdíamos una mamá, hija, hermana, tía, amiga: lo perdíamos todo. La vida no sería la misma después de ese jueves. Nunca más la vería, no tendría más recuerdos nuevos junto a ella y no estaría más físicamente en los momentos importantes.
Los vecinos de mi tía estaban ahí. Conversaban en grupos. Nunca voy a olvidar la cara de lástima que ponían al vernos. Nosotras preguntábamos desesperadas si sabían algo, pero no nos querían decir. Solo con ver la pena que nos rodeaba supimos que era algo grave. Después de unos minutos, un vecino nos dio la noticia. “Le llegó un balazo en la cabeza, se la llevaron al Hospital Barros Luco”, dijo.
Allá fuimos. No recuerdo cuánto nos demoramos. Me duele el estómago pensar en ese hospital. El color café claro y verde menta de la fachada, las ambulancias antiguas y las paredes sucias permanecen en mi memoria. Hacía mucho frío, algo normal para julio, pero los nervios lograban que la temperatura disminuyera aún más. Hasta las lágrimas se sentían heladas.
La espera fue eterna, aunque solo pasaron un par de horas. Cuando amas a alguien y te enteras de algo así, nunca pierdes la esperanza de que pueda estar bien. Ingenuamente creíamos que se habían equivocado, que quizá la bala le había llegado en un lugar donde podría seguir viva. Pero esas esperanzas se diluyeron rápidamente: muerte cerebral fue el diagnostico del equipo médico. No había nada que hacer, aunque en ese momento era imposible aceptarlo.
Evangelina Isabel Rodríguez Escobedo dejó este mundo y con ella se llevó un trozo gigante de todos los corazones de la familia Sepúlveda Tapia. Nunca volvimos a ser los mismos. Ella se llevó las risas, la música que tanto amaba y sus palabras cariñosas. Ya no teníamos quien nos dijera: “Chanchita”. No existía otra persona en el mundo que nos alegrara la vida tanto como ella y se fue. Se fue sin avisar, sin despedirse, sin darnos el tiempo suficiente. El jueves 7 de julio del 2009 nos arrebataron una parte de nuestra vida. Mataron a mi tía Angie.
Víctimas anónimas
Mi nombre es Constanza Alvarado Sepúlveda. Decidí contar la historia de mi tía porque lo que le pasó me cambió la vida para siempre y también la de mi familia. Contar esto me duele, porque pienso que eso nunca debería haber ocurrido. Hasta este punto no lo sabía, pero trabajar esta crónica iba a ser durísimo. Primero apagué mis emociones. O las escondí mientras pude. Luego, llegó el momento del desahogo: el llanto irrumpió de forma abrupta, sentí la pena en el pecho y cada lágrima venía acompañada de sollozos. Pensaba en lo mucho que la extrañaba y en cuánto me hacía falta. Así que decidí continuar, porque el mundo merece saber quién fue mi tía. Eso fue lo que hice. Esto es lo que viene.
Las muertes por “balas locas” en los últimos años son una realidad recurrente en la historia de Chile. No existen cifras oficiales que enumeren a los fallecidos por esta causa hasta la actualidad. Pero basta con hacer un ejercicio tan simple como buscar en Google bala loca en chile y arroja 1.240.000 resultados, lo que ayuda a hacernos una idea de la magnitud del problema. Ahora, si lo acerco a mi caso, y busco “bala loca” en la “Legua Emergencia”, encuentro 168.000 entradas. Si agrego el nombre de mi tía, la cifra se reduce a 1.830. En la primera página el buscador entrega notas de diferentes medios que hablan de ella. En la segunda, mi tía desaparece.
Antes de empezar le pedí a mi pololo que revisara las páginas web para estar segura de que ninguna contuviera alguna fotografía fuerte. Por suerte las imágenes estaban bloqueadas en todos los medios. Me encontré con notas que contaban lo que pasó. En algunas hablaban de mi familia, en otras de la violencia en el sector. Pero las que más me dolieron fueron las que cubrió el diario La Cuarta. Usaban lenguaje que, como familia afectada, me parece inapropiado. Decía: “La mamita murió al toque”. Daban los nombres de sus hijas y generaban una exposición aún más grande de la que ya estábamos pasando como familia.
Las palabras tienen peso y lo comprobé con las que escribió ese diario. Estudio periodismo y llevo cuatro años adquiriendo conocimientos sobre cómo comunicar. Después de leer esas notas me quedó claro la importancia de la ética periodística. Cursé ese ramo en primer año, pero creo que incluso sin hacerlo, tendría claro que hablar así de alguien no es la mejor opción. La gente no entiende el daño que puede causar con lo que dice, con lo que escribe, hasta que les afecta de forma personal. Hasta que el escupo te cae en la cara.
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Fue muy fuerte ver el caso de mi tía en televisión. Más allá de que una y otra vez mostraran su rostro, lo más brutal fue un video en que Carabineros la trasladaba a urgencias del hospital. Lo repetían una y otra vez. Cada imagen dolía como un disparo más. En un impulso, traté de buscar ese video, pero la verdad es que no quería encontrarlo. Mientras lo hacía me dolía el estómago. Después lo pensé y agradezco no haber hallado ese material. Es mejor que se quede así: como un recuerdo doloroso, pero que el tiempo ha ocultado en lo más profundo de mi cabeza.
El ruido de la muerte
La “Legua Emergencia”, la población más estigmatizada de Chile, nace en los años cincuenta como un proyecto de viviendas provisorias impulsado por la comuna de San Miguel. Hoy, este territorio pertenece a San Joaquín. Se formó por dos grupos de personas. El primero venía desde Quinta normal, el otro de gente que vivía en la ribera norte del río Mapocho y en el canal La Punta en Independencia.
Finalmente, se convirtió en un barrio permanente y es lo que hoy conocemos. Se divide en tres Leguas: La Vieja, La Nueva y La Emergencia. A la última el nombre le hace honor. Emergencia: un estado constante ahí.
Al año 2022, en Chile, la cifra de armas registradas ascendía a cerca de ochocientas mil. Esto, sin contar las no inscritas y modificadas que están bajo el poder de delincuentes. De aquel grupo no hay un número. A ese pertenece el que le quitó la vida a Evangelina. Fue una glock 9 milímetros. Estas tienen una capacidad de carga que va entre diez y diecisiete cartuchos. Bastó con solo uno para que mi tía ya no esté en este mundo.
Durante el 2022 y abril del 2023 fueron incautadas cerca de 4.400 armas de fuego a grupos de delincuentes. La mayoría correspondían a no inscritas o artesanales. La seguridad se ha vuelto un tema recurrente al momento de hablar sobre las necesidades del país. El control de armas está directamente relacionado.
En diciembre de 2023 mediante un encuentro del que participó el Gobierno de Gabriel Boric y Carabineros, se destruyeron 25.015 armas de fuego. De estas, 8.059 corresponden a decomisadas por los tribunales de justicia.
Actualmente hay muchos casos de “balas locas” en esta población. Hombres, mujeres, adolescentes y niños han pagado con sus vidas. Desde el 2009 al 2011 se registraron quince muertes en La Legua Emergencia. Mi tía fue una de ellas.
En mi familia hay otro caso. Ocurrió con dos años de diferencia, en el 2011. Jonathan Alvarado, mi tío paterno, fue asesinado por funcionarios de la PDI. Intentaba escapar del efecto de una bomba lacrimógena que por accidente llegó al patio de su casa. Él salió al antejardín donde fue alcanzado por un proyectil lanzado por un policía que se salió de los protocolos. La bala se alojó en su cabeza. El resultado fue el mismo que el de mi tía, la muerte. Esa acción no estaba autorizada. No podían disparar. Fue una negligencia. Hasta hoy no hay justicia.
Con mi tía la historia no fue tan diferente. Su asesino fue arrestado. Su condena fue mínima por el daño que causó. Estuvo cinco años preso. Para la familia fue terrible. Después de poco tiempo volvimos a saber de él. Estaba libre y mi tía muerta. No tuvimos la justicia suficiente de manera legal. En su caso la vida le pasó la cuenta. Murió solo y enfermo.
Duelo: a todos les llega
En mis veintidós años he perdido a mucha familia. En algunos casos la muerte ha llegado de la forma más violenta. Conozco el duelo porque lo he vivido. Lo he experimentado de diferentes formas: en la muerte de tíos, primo, una bisabuela, mi abuelo, amigos y, en este caso, mi tía.
El duelo es una parte de vivir. No se existe sin él. Nadie está preparado para perder a una persona que ama. A algunos les llega más tarde. Otros como yo lo ven desde temprana edad. Pero cuando la muerte llega tan repentina, sacude cada parte de tu vida y te desarma. Te hace conocer el infierno mientras estás vivo. Es un proceso que no termina nunca. Con el tiempo mejora, las lágrimas llegan con menor frecuencia y los recuerdos se hacen un poco más llevaderos. Pero el dolor no se va… aprendes a vivir con él.
La gente que pasa por tu vida te deja enseñanzas y sin duda puedo decir que tuve el privilegio de aprender desde cerca de la gran mujer que fue Evangelina. Me convertí en la persona que soy, en parte, gracias a ella. Me enseñó que el amor no debe doler, que la amabilidad es la base con la que debes ver el mundo y que la paciencia es parte esencial para poder vivir. Me transmitió que el esfuerzo nace de uno y la perseverancia es el regalo más bello que puedes entregarte a ti mismo.
Había algo para lo que no estaba preparada. Una enseñanza que no quería recibir, pero que llegó en contra mi voluntad. Me enseñó que la vida se disfruta hoy, porque mañana puedes ya no estar. Que no debes quedarte con nada pendiente. Si amas, dilo. Si no te atreves a algo, hazlo. Es mejor aprender que quedarte sin días para intentarlo. A ella no le alcanzó el tiempo. Se lo quitaron.