El Derecho de Ser
Por Charlie Sáez Herrera
A los 8 años mi papá me pilló hablando con mi hermano sobre nuestros nombres. Él decía que sí le gustaba el suyo, entonces entró mi papá y me vio con cara de pensamiento. “¿A ti no te gusta el tuyo?”, me preguntó. Mi negativa pareció dolerle, pero fue enmascarada con la contra pregunta: “¿Cómo te gustaría llamarte?”. “Carlos”, dije yo. No creo que mi papá o mi hermano se acuerden de esto o le tomaran el peso que yo le tengo a ese momento, hoy.
A los 12 años llegué a una ciudad pequeña en la región del Maule, dejé atrás las tardes de fútbol, de manguerearse y de jugar con el Nintendo 64, para quedarme solo y entrar a una etapa que tendría que volver a revivir en mi adultez joven. A veces el clásico “pueblo chico, infierno grande” es una realidad, pero logré pasar relativamente piola. Hice amigos, sufrí, me llené de cortes y de lágrimas que perfectamente pude haberles achacado a mis papás. Pero la incomodidad seguía ahí, creciendo aún más cuando me llegó la regla por primera vez. Le conté a mi mamá. Estaba muy feliz. Llamé a mi papá. También estaba feliz. Tristemente mi primer pensamiento también fue feliz, pero porque pensaba “me queda poco tiempo”.
A los 18 pude entrar a la universidad. Conocí a muchas personas e hice lo que mejor sé hacer: encerrarme en hacer muchas cosas y dejar de pensar tanto. Así duele menos. Llegaba a las 9 a la Facultad y me iba a las 11 de la noche para mi casa, haciendo proyectos, escribiendo guiones o conversando con la gente. En estos espacios pude aparecer, pero de verdad. Acá, en Santiago, la cosa con las diversidades estaba muy “avanzada” si lo comparábamos con la pequeña ciudad donde crecí. Para mí, que el único “modelo a seguir” era Tony Svelt, era impensable. Volví a mis andanzas investigativas, porque esta incomodidad culiá se tenía que ir. Fiel a mi parroquia, encontré la respuesta en internet. Lo primero que pillé fue un Tumblr en inglés que hablaba sobre el género. En mi cabeza el género y sus problemas tenían que ver con el feminismo, la misoginia y el machismo del patriarcado. Pero afortunadamente no era sólo eso.
La primera vez que leí sobre la identidad de género, decía algo como que se trataba sobre la percepción que cada persona tenía sobre sí misme. Decía también que esa percepción podía coincidir con las características sexuales de la persona (cisgénero), o podía ser que no (transgénero). Me paré de la cama, me hice bolita en mi pieza y me puse a llorar. Finalmente entendí que no estaba solo. Entendí que lo que me pasaba era más común de lo que creía. Entendí que podía ser feliz a los 21 años.
Cuando pude dejar de llorar, agarré mi teléfono, salí al balcón, leí un poco más y compré mi primer binder. Obvio que en secreto, obvio que llorando.
Y obvio que mientras escribo esto estoy llorando. Han pasado 4 años desde ese momento y sí, se sufre caleta, me sentí muy solo, muy abandonado, y jurando pelearme a combos con quien quiera que fuera el culpable de hacerme así. Así, con una falta de libertad que no me dejaba respirar, queriendo morir a cada segundo mientras crecía y veía que no me salía barba, o porque no me dejaban jugar a la pelota o porque me decían que las señoritas no decían garabatos. Por la conchetumadre que me quería morir. Incluso fuera del clóset, sin mi terapia hormonal y con ninguna cirugía en el cuerpo.
No les voy a decir que es fácil, pero a horas de tener mi audiencia para recibir mi carnet como Charlie, con una M en vez de una F, puedo decir que vale muchísimo la pena. La pasé mal, pero de verdad que se pone muchísimo mejor. Tengo el privilegio -porque en la comunidad trans es un privilegio- de ser lo suficientemente terco como para estar vivo y contarles esto. Soy privilegiado de ser mayor de edad para que éste sólo sea un trámite en el registro civil, sin pasar por un tribunal. También tengo el privilegio de tener un trabajo, especialmente con personas de un alma gigante, que realmente no les importó mi género, me respetan por quien soy y que los quiero muchísimo, al igual que a la radio, que se toma el tiempo para hablar de estos temas como ningún otro medio.
Básicamente tengo un privilegio que no debería ser tal. El derecho a la expresión de la identidad de género debe ser universal. Los derechos trans son derechos humanos. La Ley de Identidad de Género también es limitante y sigo siendo privilegiado porque aún hay amigues no binaries que no pueden cambiar su género registral. Ser disidente de género es un acto político, sólo por ser quien realmente eres, arriesgando muchísimas veces tu vida solo por andar en la calle. Pero no soy tan diferente. Me río fuerte, soy gordito y tengo el pelo castaño.
Quiero terminar diciéndoles que lo que sea que están sintiendo ahora es parte de una catarsis colectiva de millones de años, donde nos intentaron borrar de la historia, nos persiguieron, nos mataron y nos negaron derechos básicos como lo es el existir para el Estado de Chile.
Soy uno más de quienes vivimos aquí. Y solo por el hecho de ser, merecemos ser reconocidos como tal. Me quedan muchas cosas sin decir, muchos nombres a quienes honrar, una gran parte de la historia de las disidencias que hacer conocida, y si bien nos queda un largo camino por delante, seguiremos la lucha pero ya soy un ansioso feliz. Realmente todo mejora.