Diamela Eltit, Premio Nacional de Literatura: “La escritura siempre tiene una marca política, no importa en qué lado estés”

Tras el hombro de Diamela Eltit (74) está su gato Tololo. Se llama así por la Viña Tololo donde está enterrada su abuela, cuenta. La escritora y ensayista chilena habla largo y distendido con Súbela News sobre su última novela: Falla Humana (Seix Barral). 

Diamela Eltit en el año 2010 se consagró con el Premio Iberoamericano de Narrativa José Donoso y en 2017 ganó el Premio Municipal de Literatura. En 2018 la autora obtuvo el Premio Nacional de Literatura, máxima distinción que entrega el Estado de Chile. 

La autora de Por la patria, El cuarto mundo, Vaca Sagrada y Fuerzas Especiales, entre muchas obras, se mueve entre Ñuñoa y Estados Unidos. Es profesora titular en la Universidad Tecnológica Metropolitana y Distinguished Global Professor de la Universidad de Nueva York. La académica ha hecho visitas en Berkeley, Columbia, Stanford, Johns Hopkins, Virginia y Pittsburgh. Sus obras han sido traducidas al inglés, francés, italiano, griego y finés. 

Diamela Eltit junto a Tololo

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Falla Humana, la nueva novela de Diamela Eltit, relata los paisajes nocturnos en alguna ciudad Latinoamericana de un vecindario ficticio que se resiste a desalojar su hogar, amenazados por una Compañía poderosa sin nombre. A través de sus páginas, el libro es narrado desde la perspectiva de una búha que observa todas las noches a los personajes desde las alturas. “Es una pájara extraordinaria”, remarca. 

Los cimientos de la novela, una de las más esperadas del año, están en la recopilación medieval de Las mil y una Noches a través de un retrato brutal sobre la violencia del capitalismo y sus efectos en la vida cotidiana.

“Sherezade cuenta historias para sobrevivir una noche más y esa noche me pareció interesante. Tenía esa idea de sobrevivencia. Por otra parte, me llamaba la atención la cuestión territorial, están demasiado demarcados según ingreso. Cuando no es suficiente, se crean las periferias que pasa en todas las ciudades chilenas de una manera extraordinariamente radical”, explica Diamela Eltit a través de una videollamada donde su gato fluye al igual que los personajes de su nueva publicación. 

En Falla Humana las voces de las pobladoras y pobladores se confunden con las voces de la Iglesia, la Compañía, y por supuesto, la búha. "Las novelas te permiten ficciones. Eso es lo interesante: ingresar en zonas ficcionales. En este caso, la búha fue la pájara que ocupó la novela. Fue la pájara que voló y se instaló en la novela para participar de ella por decisión propia", añade. 

Asimismo, algunos vecinos se van transformando en animales a lo largo de la obra.  “Las mil y una Noches tiene esa capacidad de transformar en animales como castigo en general a los sujetos. Puede ser positivo y negativo, me pareció interesante explorar esa posibilidad”. 

Mientras tanto, en Falla Humana que los pobladores se conviertan en animales puede ser malo. “El mercado los esclaviza, ya está animalizado el sujeto. Eres un deudor permanente. El único objeto es el sujeto”, reflexiona. 

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En el marco de la conmemoración de los 50 años del golpe de Estado, la artista fundadora del C.A.D.A (Colectivo Acciones de Arte) junto a Juan Castillo, Lotty Rosenfeld, Fernando Balcells y Raúl Zurita, repasa sus recuerdos de la dictadura. 

“Yo siempre fui escritora. Ese fue mi camino desde chica, de toda la adolescencia de manera intensiva. Estudié literatura, mi interés estaba ahí. No es que la dictadura me haya hecho escribir, sino que yo iba a escribir porque tenía pasión literaria”, señala. 

La literatura y el arte fueron resistencia durante la dictadura. En 1979 Diamela participaba del Colectivo Acciones de Arte que reunía varias disciplinas. Una de las cosas que cruzaba la cultura y lo político fue el símbolo “NO+”. 

“Nos organizamos y esperamos que la ciudadanía iba a completar eso. ‘NO + Dictadura” o “NO + AFP” hoy en día. Fue realmente extraordinario cuando vimos que la ciudadanía tomaba ese NO+ y lo internalizaban política y socialmente”. 

Durante la dictadura, la Junta Militar decretó que toda la información pública debía ser revisada y aprobada para poder circular. Así se fundó la Oficina de Censura, que revisaba los diarios, línea por línea, y también libros. “Tú tenías que pasar tu libro, cosa bastante enloquecida, porque el Ministerio del Interior es uno de los más importantes. Que la novela tuviera que pasar por una oficina era insólito y hoy día debe ser muy difícil entender eso, pero tú no podías publicar sin pasar por esa oficina”, relata. 

Diamela Eltit aún guarda la carta de aceptación del Ministerio del Interior para publicar Lumpérica a diez años del quiebre democrátrico. “Son condiciones de una época maléfica y tuve la mala pata yo de vivirla desde el golpe”. 

Por lo mismo, para la autora chilena afirma que “La escritura siempre tiene una marca política, no importa en qué lado estés parado ni del lugar social en el cual te refugias. Toda escritura y su estructura tiene una historia, una forma, un estilo. Para mi es así”.

Créditos: Mónica Molina

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Antes de graduarse en Letras en las Universidades de Chile y Católica, su primer trabajo fue como profesora en la población José María Caro (Lo Espejo) a comienzos de la década de los setenta. Diamela Eltit dictaba clases cuando fue el golpe militar y no volvió más. “Era muy peligroso. De hecho, el mismo 11 mataron al presidente del centro de alumnos”, recuerda. 

La población era histórica y estigmatizada por su ubicación. Los estudiantes tenían problemas ortográficos ya que sus niveles de lectura eran bajos. Por lo mismo, si los profesores contemplaban la ortografía al momento de la evaluación, “los alumnos iban a sacar una nota muy deficiente, serían castigados los que querían seguir estudiando”, dice. 

La escritora chilena jamás olvidará que un pequeño gesto del personal académico hizo la diferencia entre quienes educaban. “El departamento de castellano decidió no evaluar la ortografía. Fue político y poético”, revive. 

Luego de esa experiencia, Diamela trabajó en el Liceo Carmela Carvajal. “Fue muy bonito ver a esas niñas en un momento muy difícil social y culturalmente”, expresa. 

En las clases había que tener cuidado. “Había algunas alumnas que eran soplonas, entonces tenías que cuidarte tres veces más. Yo leí un poema sobre el nacimiento o la muerte de Pablo Neruda e inmediatamente después del recreo me llamó la directora a la oficina para decirme que eso no podía hacerlo”. 

Dentro del mismo liceo fue testigo de las situaciones que tenían que pasar las alumnas por el hecho de ser mujeres. 

“Las inspectoras entraban a las salas y abrían las mochilas de las alumnas para buscar pastillas anticonceptivas. Si se encontraban era un castigo aterrador para esas niñas. Ahora sería imposible, impensable. Yo lo vi. No es un relato que haya oído de alguien, sino que lo viví”, repasa. 

Créditos: Mónica Molina