A Cecilia: Dilo calladito
A 61 días de la muerte de Cecilia, si es que acaso puede morir alguien que nació para ser eterna, la locutora de Súbela, actriz y comediante chilena, Natalia Valdebenito, repasa sus recuerdos y comparte sus sentires dedicados a La Incomparable.
Por Natalia Valdebenito
Supe unos días antes de su muerte que la salud de Cecilia estaba muy delicada. No era la primera vez, entonces me permití tener la esperanza de que fuera una de esas veces donde pasaban unos días y luego la noticia era buena y Cecilia ya estaba en casa, cuidada con esmero y amor, como siempre. Rodeada de mujeres increíbles y una familia cariñosa que cuidaron hasta su último suspiro, como siempre.
Cecilia, La Incomparable, falleció el lunes 24 de julio del 2023. Nos despertamos con la noticia el martes 25. Así partimos esa semana. No lo podía creer. No podía ser. Siempre se “salvaba”, siempre lo “lograba”, y hago uso de comillas porque no logro dimensionar lo que es superar cuadros de grave enfermedad.
Recuerdo que en una de esas conversaciones con su círculo más íntimo, llegábamos a la idea del descanso, de dejar ir. Y no, la verdad es que creo que mentíamos cuando lo decíamos. Seguro fue un método de defensa frente a algo inminente que queríamos evitar. Si yo me sentía así, imagino a su familia, sus amigas, amigos o quienes caminaron de su mano incondicionalmente.
Tengo muchas cosas personales que decir de Cecilia, La Incomparable. Pero no estoy más que interesada en contar aquello que vivimos esos días de su despedida.
La noticia empezó a rodar. Muchas personas se movilizaban al Teatro Caupolicán cuando se supo que ese sería el lugar de su velorio, donde ella expresamente antes de morir dijo “¡Que quede la cagada!”. Así era: espontánea, directa, rápida y entretenida. Empezaban a llegar mujeres vestidas como ella, peinadas como ella, o con pelucas, que le cantaban con un micrófono de mentira y bailaban alrededor del cajón donde estaba el cuerpo de Cecilia, ahí, a la entrada del histórico recinto de calle San Diego horas antes de llevarlo a su interior. Sonaron sus canciones todo el día sin parar. Y todos las cantamos sin parar.
Se armó un grupo para organizar lo que vendría. Puro amor y voluntad. Todos estábamos ahí para ayudar con lágrimas en los ojos y debo asumir que también a veces eran mezcla de pena y risa nerviosa, porque así es un velorio. Extraño. Frenético.
Pero era el velorio de Cecilia, La Incomparable. No era el mío, no era el tuyo. Era ELLA.
La gente empezó a llenar la parte inferior del Teatro. Se pedía abrir la galería, pero no se podía. No estaban las condiciones de seguridad para hacerlo bien. Se veía lindo. Flores que se acumulaban y más, más y más… Más gente que llegaba sin parar. Pero sí, aún así, me quedo con la sensación que debió quedar más “la cagada”. Y no hablo de la gente. Vi personas estar todo el día ahí. Familias completas haciéndole guardia y cantando con pasión. Vi llegar personas en silla de ruedas, con bastón. Vi gente muy mayor que, aunque a paso lento, llegaron a llorarla solos y acompañados. Pero asumo que quedé con ese gusto amargo de no entender por qué no se llenó de todos los músicos y músicas, peleándose el micrófono para homenajearla, para regalarle una canción.
¿Por qué no llegaron todas las cantantes que podían hacerlo? No tienes que cantar canciones de Cecilia para entender que si estás con un micrófono en un escenario, en parte, es gracias a otras y en especial a Cecilia. ¿Por qué? Porque quienes cruzan los límites son quienes abren puertas. Porque esas puertas están tan abiertas para tí, que ni siquiera puedes dimensionar que otra tuvo que empujar fuerte, arriesgando mucho más que seguidores en una cuenta de una red social que pronto pasará de moda.
Cecilia fue la vanguardia que ni con todo el glitter conseguirías. Cecilia no solo se cortó el pelo y lo usó corto. Corto “como hombre”. Lo hizo cuando hacerlo era ser desobediente al machismo. Cecilia no le sirvió ni un café al machismo. Al contrario, le dio cara y taquito cuando el poder la tomó en las manos para acallarla por desobediente, por contestataria, por no complacer ni cumplir lo que se esperaba y se sigue esperando de una mujer.
Cecilia, la de la voz plateada. Todas debían estar ahí. Cecilia, indomable, habría querido regalarte un escándalo ese día.
Se hacía de noche, la gente seguía queriendo entrar a despedirse. Al otro día era su funeral. Antes de llevarla al cementerio, subieron el cajón con su cuerpo al escenario y llegaron más personas. Algunas cantaron para ella como (yo) lo había imaginado. Subieron el ataúd, ese que una señora acalorada intentó abrir reclamando que quería verla. Logré contenerla, pero no se convenció de que si estaba cerrado era por voluntad de Cecilia. “Ella es de su pueblo”, gritaba. Y le creo. Cecilia es más que los propios homenajes que puedan hacerle, Cecilia es la base desde donde se paran quienes ni siquiera se han dado el gusto de estudiar sus canciones, su voz y su historia. Cecilia es más de la gente ahora que de sí misma.
El resentimiento solo se calma cuando caes en cuenta que Cecilia efectivamente es del pueblo. De la gente que la seguía y valoraba. El público la despidió con amor, con respeto, cantando con pasión y a gritos. La gente salió a despedirla con pañuelos. Ponían su música mientras su cuerpo recorría desde el Teatro a su barrio y desde ahí al cementerio, pasando por La Pérgola que sí sabe estar a la altura. La llenaron de flores y aplausos, como merece para siempre Cecilia.
Entiendo que no soy quién, y nadie lo es, para decir cómo deben ser las cosas en un momento así. Todos actuamos y somos distintos frente a un mismo suceso. ¿Que tal vez soy injusta y no tendría por qué meterme en algo tan íntimo? Puede ser. Todo puede ser. Solo hablo por mi frustración frente a esa audacia de la indiferencia que sólo tienen quienes no han recorrido un camino tan pedregoso como el de Cecilia, donde además de derribar el límite de lo establecido en los cánones de todo tipo, lo hizo con gracia e inteligencia. Liviana y atrevida.
Gracias, Cecilia. Gracias por eso que ambas sabemos y por todo lo que nos dejaste. Trascendiste en la rebeldía, en la que canta sin pedir permiso, en la que ama la música y quiere transformarlo todo a través de ella. Trascendiste en las valientes. Acompañaste a las familias y a los que estaban solos. Les diste un grito y danza a la mujer que se desprende de su realidad cantando. Solo gracias, Cecilia.
Dilo calladito, amada mía. Porque yo no me aguanté de gritar.