Memoria en San Bernardo: La historia de los 11 obreros fusilados en Cerro Chena
Durante la madrugada del 28 de septiembre de 1973 fueron detenidos por militares Arturo Koyk Fredes (48 años) y Roberto Ávila (51). Ambos eran trabajadores de la Maestranza de San Bernardo y simpatizantes del Partido Comunista, y sus detenciones fueron el comienzo de una persecución a obreros ferroviarios por parte de la recién instalada dictadura militar.
Eran tiempos peligrosos para quienes no apoyaban a la Junta Militar que había bombardeado el Palacio de Gobierno el 11 de septiembre; centros de detención clandestino eran instalado como una nueva normalidad y la persecución a la oposición se volvió una política de Estado.
Durante la mañana de aquel día militares rodearon la maestranza de ferrocarriles de San Bernardo, e ingresaron con lista en mano a detener a otros nueve obreros, todos militantes del PC: Alfredo Acevedo Pereira (27), Hernán Chamorro Caldera (29), Raúl Castro Caldera (23), Manuel González Vargas (46, Adiel Monsalves Martínez (41), José Morales Álvarez (31), Pedro Oyarzun Zamorano (36), Joel Silva Oliva (37) y Ramón Vivanco Díaz (44).
Los once hombres fueron llevados hasta la Recinto Militar de Cerro Chena, conocido como Cuartel Nº II perteneciente al Batallón de Inteligencia de la Escuela de Infantería de San Bernardo. Fueron torturados en el lugar, hasta que el 6 de octubre fueron ejecutados mediante múltiples impactos de bala. Los familiares sólo se enteraron del deceso al descubrir sus cuerpos en el Instituto Médico Legal, algunos de los cuales no alcanzaron a ser recuperados y fueron enterrados en el Patio 29 del Cementerio General.
Ante la inquietud de parientes y compañeros de trabajo autoridades militares de la zona citaron a una asamblea Sindical donde informaron que los afectados participaban en actividades paramilitares y que habían intentado fugarse de Cerro Chena, lo cual habría motivado que los militares los mataran. No existe ningún documento oficial que respalde la versión de la fuga dada por el interventor militar, y los testimonios de sobrevivientes recibidos por la Comisión Rettig desvirtúan una posible fuga: los detenidos antes de llegar al lugar eran vendados, permaneciendo en esa condición durante toda su aprehensión. Asimismo, el campo de detención estaba cercado por rejas con alambres de púa, y los senderos estaban orillados con pequeñas zanjas en las cuales solían caer los detenidos por el mismo hecho de no poder ver.
Las autopsia acreditan que todas las víctimas murieron por la acción de balas, la mayoría disparadas a larga distancia y en un sentido ascendente: las víctimas fueron sacadas de sus celdas y llevados al cerro, donde los obligaron a subir mientras soldados les disparaba desde atrás.
Los cuerpos fueron remitidos al Instituto Médico Legal, con la constancia que habían sido «encontrados» en la Escuela de Infantería de San Bernardo. Esta Comisión alcanzó la convicción de que todas las víctimas fueron ejecutadas al margen de todo proceso por agentes del Estado.
La vida es eterna en cinco minutos
Mónica Monsalves León ha reconstruido la historia de su padre por partes, como un gran rompecabezas. Su padre, Adiel Monsalves, le fue arrebatado cuando tenía cuatro años, y su imagen es una fotografía borrosa que sueña de vez en cuando.
Adiel era dirigente sindical de la maestranza de San Bernardo, además de participar en el Comité Central del Partido Comunista. Como los otros diez trabajadores ferroviarios, fue citado por la Escuela de Infantería el 11 de septiembre, pero fue liberado.
Ana León, de 25 años, se enteró de la detención de su pareja por otro compañero de trabajo de Adiel, que le viajó en bicicleta hasta su casa para avisarle que militares habían cercado el edificio histórico y que Monsalves le pedía que fuera.
Ana tomó a su pequeña Mónica y se dirigió a ver a Adiel. Logró entrar a la maestranza y encontró a su compañero de vida, que abrazó a su hija y le llenó el cabello de las flores amarillas que crecían a los costados de las líneas del tren. “Mi vieja tuvo la posibilidad de entrar y hablar con él. Dice que para ella fue eterno, pero habrán sido un par de minutos. Le que queme algunas cosas, ambos eran militantes comunista y era peligroso que encontraran algo. Se despiden, y esa es la última vez que estoy en brazos de mi padre”, cuenta Mónica.
Al llegar a su hogar, quitándole la ropa a Mónica, encuentra un sobre con el pago del mes del trabajo de Adiel, que lo había escondido cuando la tuvo en brazos. Posterior a dejar a la pequeña con su abuela, Ana se dirige hasta la Escuela de Infantería para preguntar por su pareja, pero le dicen que no estaba ahí, que estaba en Estadio Nacional. “Fue un peregrinar de centro en centro”, relata Monsalves en la actualidad.
El cuerpo de Adiel fue encontrado en el Servicio Médico Legal, y pudo ser recuperado por Ana León en un ataúd sellado. “Mi vieja no pudo ver a mi papá”, dice Mónica, “comenzó a correr el rumor de que habían intentado volar el gaseoducto que había en la Maestranza, y por eso habían sido detenidos y ejecutados. Nunca hubo un consejo de guerra, por más que hemos buscado. Tampoco hubo un bando militar que aclarara en este caso; la muerte de ellos ellos fue sencillamente por una orden que vino desde muy arriba”.
Mónica Monsalves se enteró de que le había sucedido a su padre cuando tenía 10 años. Su madre le relató lo sucedido y le explicó porque no tenían fotos de su compañero: cuando allanaron su hogar quemaron todos los recuerdos físicos de Adiel excepto una fotografía que se encontraba en la ficha personal en su lugar de trabajo.
A medida que crecía se fue adentrando más y más en la búsqueda de justicia por su padre, batalla que ya lleva más de cuarenta años y que la ha hecho participante de la Corporación Memorial Cerro Chena, agrupación de familiares de detenidos y ejecutados políticos del cerro insigna de la comuna periférica de Santiago.
Debido a la persistente lucha de la Corporación es que en 2019 el lugar fuera declarado como Monumento Nacional en categoría histórico, denominación que utilizan en Chile los Sitios de Memoria.