Bill Callahan: Baladas de viejo cowboy

“I will talk later, I’m kind of busy right now”. Bill Callahan está de vuelta, por si al público que repleta el céntrico teatro de Bruselas donde presenta Shepherd in a sheepskin vest (2019) le queda alguna duda.

Geert Vandepoele

Geert Vandepoele

por Paulina Andrade, desde Bruselas

Han pasado seis años de silencio desde su último disco de estudio -Dream river- y diez del todavía fresco e imbatible Sometimes I wish we were eagles. De giras, ni hablar, y él está consciente de la deuda. “It feels good to be singing again” confiesa en el canto al oficio que es “Writing”. 

El título (“Pastor con chaleco de piel de oveja”) encapsula un momento clave en la vida del artista: Callahan es lo que es, y no puede ser otra cosa. La vida, también, con lo que traiga. Es por ello quizá que en esta entrega no hay trucos, ni zafiros rococós, ni tantos violines, y la formación que lo acompaña en esta gira es precisa: contrabajo, guitarra eléctrica, acústica -la suya-, armónica -también a su cargo- y batería. Un telón más que adecuado para los momentos en que el cantautor lleva hasta lo más bajo su voz de barítono (“Shepherd’s welcome”, “The beast”, que abren y cierran el disco, respectivamente).

Shepherd in a sheepskin vest es también un pequeño homenaje a los temas domésticos: “The panic room is now a nursery” nos cuenta en “Son of the Sea”, mientras que “Confederate Jasmine” puede bien ser la primera canción en la que se habla abiertamente de sexo durante la menstruación en el contexto del matrimonio. En su lírica, ellos se entretejen con los más profundos: convertirse en padre, perder a la madre y el amor estable. Este último es el invitado de honor en varias canciones, destacando entre ellas la balada “What comes after Certainty?”.

El cantautor sigue tributando acá a cierto imaginario americano: ahí están las montañas y la quebrada, y el arte de echarse al camino y conmoverse con la inmensidad (sí, los vaqueros también pueden). Las referencias no siempre son tan literales en lo musical, aunque el homenaje al country es abierto en piezas como “Call me anything”, “Watch me get married” o “Lonesome valley”.

Es un fino equilibrio el que construye Callahan, entre la aparente robustez y el afán de explorar los recovecos de la emocionalidad masculina (“A master of reiki waved his hands over me - And said I eat too much steak - And hold on too long to ancient aches - And both are so hard - On my heart” canta en “The Ballad of the Hulk”). El músico se ha vuelto hábil en incluir pausas y darle el tiempo adecuado a sus propias canciones, a la usanza de un viejo cowboy que sabe esperar sentado al fuego por su estofado.

Esa misma calidez es la que a los 53 años sigue transmitiendo su voz, que no sabe de agua ni pausas a lo largo de más de 22 canciones. Un microclima que contrasta con el exterior, donde aún no se apagan las luces de las cocinerías de papas fritas ni el barullo turista.