El Imperio romano en el que (se supone) piensan los hombres nunca existió
Seguramente has visto en TikTok o en redes sociales a decenas de mujeres preguntándole a sus parejas hombres qué tan seguido piensan en el imperio romano. En este artículo de The Conversation, nos sumergimos en el fenómeno del viral y el imaginario mismo del “imperio romano”.
Pienso a diario en el Imperio romano. Puede que algún día concreto haya conseguido no hacerlo, pero temo que haya sido una extraña excepción. Conozco, además, a un número considerable de mujeres que también piensan en ello, probablemente tan a menudo o más.
Esto no trata de ser un alegato machirulo con la típica coletilla de “ellas también lo hacen…”. Hay una explicación más simple: como historiador de la Antigüedad he tenido la oportunidad de conocer a un buen número de historiadoras, clasicistas, arqueólogas, investigadoras y divulgadoras expertas en la antigua Roma. Si algo sabemos quienes nos dedicamos a reflexionar sobre ello a nivel profesional es que se trata de uno de los periodos históricos que más interés suscita entre las sociedades occidentales.
Viralidad romana en TikTok
Cuando hace un año la influencer sueca Saskia Cort planteaba en Instagram la pregunta “¿qué comen y en qué piensan los hombres heterosexuales?” no podía imaginar que doce meses después desembocaría en una tendencia viral de TikTok de alcance global.
Una de sus seguidoras dio una respuesta ciertamente inesperada: “Le pregunté a mi novio. Dice que o piensa en nada o piensa en el Imperio romano”. El tema tuvo cierto tirón en redes y medios suecos en septiembre de 2022, pero no alcanzaría el impacto global hasta después del pasado agosto.
Entonces, el recreacionista sueco “Gaius Flavius” publicó un vídeo en el que podía leerse en inglés: “Señoras, muchas de ustedes no se dan cuenta de la frecuencia con la que los hombres piensan en el Imperio romano. Pregunten a su marido/novio/padre/hermano: ¡les sorprenderán sus respuestas!”.
Con el paso de los días TikTok se convirtió en un hervidero de vídeos de mujeres preguntando a sus allegados varones por la cuestión. Las sorprendentes respuestas que daban acabaron por convertir la etiqueta #RomanEmpire en la tendencia del momento.
Tras publicarse la noticia en The Washington Post, replicada por medios diversos como Time, Cosmopolitan o Financial Times, y con la participación “estelar” de Elon Musk admitiendo pensar cada día en el Imperio romano, la polémica ha sido vox populi durante la segunda quincena de septiembre.
Viñetas, reels, memes y vídeos parodiando la cuestión o ganchos publicitarios han inundado las redes. El fenómeno se ha generalizado de tal manera que “este es mi Imperio romano” se ha convertido en una expresión común y reconocible para señalar algo en lo que se piensa de forma constante.
La Antigüedad hoy en día
Esta frenética tendencia puede parecer una moda banal y pasajera (y en buena medida así es), pero al mismo tiempo es un material de trabajo muy interesante desde el punto de vista de los estudios de género y de recepción de la Antigüedad.
Estos últimos son una de las líneas más actuales e innovadoras de investigación dentro de las denominadas Ciencias de la Antigüedad. Actualmente ya no solo investigamos para entender e interpretar ese pasado a partir de los restos conservados (textos, restos arqueológicos, etc.). También hemos comenzado a prestar una atención considerable a cómo y por qué las sociedades “postclásicas”, desde la Edad Media hasta el presente, han imaginado, recreado y reinventado la Antigüedad.
Proyectos de investigación como ANIHO, ANTIMO, IMAGINES o Marginalia Classica se están dedicando a analizar el impacto que han tenido y siguen teniendo en nuestra percepción del pasado romano medios como la pintura histórica, la ópera, las novelas, el cine y la televisión, el cómic o los videojuegos. En este ejercicio de reflexión está la clave para comprender esta polémica y las dinámicas de las redes sociales son sin duda un novedoso objeto de estudio.
En concreto, películas tan influyentes como Gladiator, y series como Roma o Spartacus han popularizado una imagen de la antigua Roma totalmente estereotipada y reduccionista.
La guerra es un elemento central y omnipresente en esas producciones, junto con los espectáculos violentos como las luchas de gladiadores. No es casualidad que buena parte de las noticias sobre la tendencia viral hayan sido ilustradas con imágenes de estos filmes. El legionario y el gladiador son las dos figuras más icónicas y el merchandising turístico y las tiendas de souvenires en la Roma actual confirmarían esta percepción popular. Asimismo, el poder desmedido de los emperadores, la corrupción o las orgías serían otros de los grandes tópicos sobre ese periodo histórico.
¿Era Roma tan masculina como creemos?
La polémica ha permitido a historiadoras como Mary Beard, Patricia González Gutiérrez, Casey Haughin-Scasny o Paloma Martín-Esperanza, entre otras, exponer algunas de las razones profundas que se esconden detrás de una idea “hipermasculinizada” de la Antigüedad romana y del afán por imaginar ese pasado como un espacio seguro de la machoesfera.
Por un lado, todas coinciden en la importancia de medios populares como el cine en la conformación de esta imagen. Por otro, subrayan que, si bien Roma era una sociedad eminentemente patriarcal, fue igualmente una sociedad en constante evolución, compleja y diversa, con unos parámetros sobre el género, la sexualidad o las dinámicas de poder que no serían tan familiares ni monolíticos como se ha podido pensar. El arqueólogo y divulgador Mikel Herrán resumía está idea de una forma muy directa y accesible: “ese Imperio romano en el que piensan los bros es una versión muy limitada de lo que fue la antigua Roma”.
Coinciden igualmente en que esta imagen prototípica es solo la forma actual de una larga “cadena de recepciones”. Es decir, hunde sus raíces en toda una serie de momentos de la historia en los que diversas sociedades han puesto sus ojos en el pasado romano en busca de inspiración, con afán de emular su supuesta grandeza y sus logros civilizatorios, pero también para encontrar precedentes a los males de su tiempo.
Se ha hablado de momentos clave como el Renacimiento, la Ilustración, el fascismo italiano o el “Imperio estadounidense”, pero lo cierto es que mirar a la antigua Roma como espejo del presente puede rastrearse prácticamente a lo largo de toda la historia de Occidente. También en contextos trascendentales tan recientes como la crisis del coronavirus, el asalto al Capitolio en enero de 2021 o la guerra entre Rusia y Ucrania.
Un aspecto central en los estudios de recepción es atender al contexto socio-cultural y político que explique un determinado acercamiento a la Antigüedad. En el caso de la tendencia actual nos encontramos ante unas sociedades occidentales que observan el declive de su hegemonía en un mundo globalizado y cada vez más multipolar. Una sociedad en la que la lucha feminista transinclusiva ha logrado avances considerables en los últimos años, mientras que la reacción machista está siendo visceral.
En este sentido, un debate sexista del estilo “pensamientos de hombres vs. pensamientos de mujeres” simplificaría la compleja diversidad que plantean las cuestiones de género. Este es el caldo de cultivo para apelar a una idea nostálgica de un supuesto pasado glorioso, un mundo clásico como cuna de Occidente, en el que los hombres (blancos y heterosexuales) eran machos alfa y las mujeres no cuestionaban su papel en la sociedad. Una apropiación interesada del pasado que la extrema derecha de muchos países, aunque no en exclusiva, está explotando con asiduidad.
No sabemos cuál será la próxima “gran polémica” en la que la antigua Roma volverá a estar en el centro de la atención mediática. Creo no equivocarme si auguro dos certezas. En primer lugar, no será la última. Y en segundo, independientemente de la forma que adopte, dirá más sobre nuestras inquietudes del presente que sobre las complejas realidades del pasado.
Oskar Aguado-Cantabrana, Investigador posdoctoral Departamento de Estudios Clásicos, Universidad del País Vasco / Euskal Herriko Unibertsitatea
Este artículo fue publicado originalmente en The Conversation. Lea el original.